HISTORIAS DE CALLEJEROS - NINJA

Aquel perrito negro era tan pero tan pequeño que cabía en la palma de la mano. En proporción al cuerpo tenía las orejas grandes y levantadas.
Andaba siempre con su madre, hermosa y dulce. Y aunque sus historias están muy unidas, he querido separarlos para contarlas, porque la dimensión que cobraron en mi vida merece dos relatos diferentes.
Ninja, que así se llamaba aquel perrito negro, creció sólo un poco más, pero desarrolló un cuerpo macizo y una musculatura importante. El color negro azabache terminaba en una pechera blanca. Como he dicho, aún cuando fue adulto, su tamaño era pequeño. Sin embargo cuando ladraba, cualquiera que no lo estuviese viendo hubiera pensado que se trataba de un perro grande y feroz. El chico que dejaba el diario nos confesó después de conocerlo y reírse bastante, que él pasaba aterrado por esos ladridos inmensos que se escuchaban desde adentro.
Por supuesto estas historias están escritas en tiempo pasado, y me causa profundo dolor el escribirlas. Hace cuatro años que perdí a Ninya a causa de una enfermedad cruel y larga, demasiado larga para el sufrimiento. Solamente quienes como yo aman a los animales de modo incondicional me van a poder comprender.
Y nos dejó después que derrochó alegrías y buenos momentos que nos quedaron en el alma como los afectos más importantes. Y cuando esos afectos son importantes, ayudan a crecer, ayudan a superar momentos difíciles. Que se trate de mascotas o de humanos carece por completo de importancia. Son seres que Dios pone en el camino de la gente.
Siempre andaba detrás de su madre como una sombra. Se los veía recorriendo el barrio Totina, de color canela, y ojos saltones, pequeña y tan dulce, tan mansa, ¡tan linda…!. Los dos tenían ya sus nombres cuando llegaron a casa, y se acomodaron para no irse más.
Dormían juntos, y cuando hacía frío, él se echaba bien pegado a su mamá y metía sus patas debajo del cuerpo de ella para calentárselas. Parecía que la cabeza le pesaba bastante porque la dejaba descansar sobre el lomo de Totina, y así era capaz de estar horas, y la pobre madre complaciente, como lo somos también las madres humanas,ni se movía con tal de que su hijo estuviera cómodo.
Muchas veces Ninja llegaba un poco más tarde a dormir, porque se había quedado jugando con otros perros o pellizcando algún hueso afuera. Y era muy divertido observarlo cómo se acomodaba despacito para no perturbar el sueño de su madre, que ya estaba bastante mayor y solía enojarse cuando él la despertaba para acostarse a su lado.
Un tema de película era cuando Ninja se enamoraba, cosa que ocurría constantemente. Entonces no había cuidados que fueran suficientes. El Romeo enamorado abría túneles, rompía barreras, se hacía diminuto para atravesar cualquier abertura, trepaba paredes, en fin, no había vallas de contención que valieran.
No importaba que un ejército de perros persiguieran el mismo objetivo. Allá andaba él también, entreverado con colegas de todo tamaño y fama. En esos momentos toda la familia salía en busca del fugitivo, y si no dábamos con él, tampoco podíamos dormir por la noche pensando en los peligros que estaría corriendo
Una vez estuvo tres días sin volver a casa. Cuando ya desesperábamos con mucho miedo de encontrarlo muerto , una mañana se sintieron unos rasguños en la puerta (Él era muy impaciente cuando quería entrar) y apareció Ninja .
Estaba tan embarrado que sólo se le veían los ojos, rengo de una pata y con media oreja colgando casi cortada por completo.
Pero nada importaba más que tenerlo de nuevo en casa.
Por supuesto no fue la primera ni la única aventura que corrió. Su carácter lo llevaba a vivir siempre al límite. Y si lográbamos , por esos milagros, que no pudiera escaparse, lloraba desconsoladamente toda la noche .
No era condescendiente con nadie. No se metía con la gente pero tampoco quería que se metieran con él. No era como su madre que se hacía amiga de todos, hasta de quienes no conocía. Él exigía respeto y sino, mostraba los colmillos. Pero nada más quería decir : “No tengo ganas...” Tampoco le gustaban los niños, aunque nunca hizo daño a nadie.
Más allá de estos rasgos de carácter, fue el perro más inteligente que tuve, el más querido, el más tierno. Recuerdo sus saltos de alegría cuando lo acompañábamos en sus paseos o cuando volvíamos a casa . Hablaba con la mirada y con los gestos de su cuerpo macizo y bajo.
Y ahora que han pasado cuatro años sin Ninja, pienso en él y agradezco la suerte de haberlo conocido.
A veces el destino nos pone en el camino seres maravillosos. Que sean personas o animales, no tiene importancia. Lo que sí importa, es que de algún modo nos cambian la vida.

DORA PONCE

2 comentarios:

Risso dijo...

Felicitaciones Dora Ponce. Eres una mujer buena, con el corazón en todo el cuerpo.-

Mariby dijo...

Una historia llena de amor. Gracias Dora por recordarme a mis propios amigos perros los que me acompañaron y se fueron y nunca los voy a olvidar