EL BILLETE

En unos de los anaqueles de la Biblioteca Municipal encontré un libro de cuentos que se titulaba: “Borradores”. Como me intrigó el título, automáticamente comencé a hojearlo. En la primera página explicaba que relataba ciertas historias fantásticas. Y que el nombre se debía a que el autor no había tenido tiempo de revisarlos debido a su gran ansiedad por terminar la obra. Marcaba el índice, que en la pagina tres comenzaba el primero de los cuentos. Se titulaba: “El billete”. Fue el único que, para ser sincero, me llamó la atención. Los baches de mi memoria apenas me permiten relatarlo.

Ustedes sabrán disculpar.

1

“Don Rogelio Severo había vendido unos cueros y le habían pagado con billetes de 10 y 20 pesos. En el recuento le llamó la atención una escritura que reprobó con prontitud: “El que reciba este billete tendrá una vida de dicha y felicidad. Pon lo mismo en otras diez. De esta forma la cadena no se cortara y lo escrito se hará realidad.”. Esta sentencia se exhibía, irrespetuosa, sobre el rostro del envejecido prócer que lucía el frente del billete. La frase prometía con liviandad un futuro de bonanza. Para Rogelio esta lectura era casi un insulto a su espíritu incrédulo y practico.- ¿A quién se le ocurre que yo voy a copiar 10 veces esta payasada?- murmuró, y guardo el dinero en la guantera de la camioneta. Arrancó con brusquedad y tomó la carretera de tierra que lo conducía a su finca. Viajaba despacio y murmurando vaya a saber que cosas. Su camioneta no era muy vieja pero de tanto andar los caminos, sumado al poco cuidado que le brindaba, daba el aspecto de desvencijada. De repente, en una curva, apareció un hombre haciéndole señas para que lo llevara. Don Rogelio se detuvo a regañadientes.- ¿Adonde va…?- Le pregunto de mala gana, asomando apenas la cabeza por la ventanilla. -Al pueblo, Don-. Contesto el viajero tímidamente. (Timidez obligada de aquellos que piden un favor).- ¿Como se llama…es de por aquí? -. -Me llamo Bienvenido Dufur y vengo de lejos- Respondió.

-¿Bienvenido?...Bueno…suba…suba- Le ordenó Rogelio, apurándolo.

-Permiso- Dijo Bienvenido al abrir la puerta de la camioneta y penetrar en el cubículo. Se acomodó como pudo entre los paquetes desparramados en el asiento mugriento.

-Tenga cuidado- Le recriminó Rogelio.

-Disculpe…disculpe…

La camioneta arranco raudamente y durante un largo trecho permanecieron sin hablar.

El viaje sólo era entorpecido por los crujidos de la carrocería y por los gestos de mal humor del viejo.

-¿A que va al pueblo…Va por trabajo?- Preguntó con hosquedad.

-A buscarlo- Respondió Dufur, lacónico.

-¿Y qué es lo que sabe hacer?- Inquirió Rogelio.

-Poca cosa, un poco de todo. Me las rebusco con changas-

-¡Qué bárbaro... qué bárbaro!- Exclamó Severo.

-Que le va hacer, uno hace lo que puede, no lo que quiere-

La escasa conversación fue, mas que un dialogo, un interrogatorio de mal gusto. Rogelio apenas podía disimular su fastidio y se concentró en el volante.

Se hizo un largo y molesto silencio. Severo aceleró y la camioneta pareció quejarse por el esfuerzo.


2

Viajaban rápido. El conductor no tenía en cuenta el mal estado del terreno. Otras ruedas habían dejado surcos que parecían esculpidos en el centro geométrico del camino y era difícil conducir manteniendo la huella. Pero Rogelio manejaba con la experiencia de un baqueano y para él no era un problema. No obstante cuando lo veía a Bienvenido dormitar, efectuaba una brusca maniobra con tal de despertarlo y cuando lo lograba una sonrisa de sarcástica satisfacción se pintaba en su rostro. Aquél se agarraba de donde podía y se despabilaba completamente. Hasta que el sueño y la ausencia de conversación lo invitaban a relajarse y a dormirse de nuevo. Entonces, otra vez, Don Severo recurría a la zarandeada y Bienvenido se despabilaba. Así sucedieron varios episodios. Dufur se dio cuenta del juego del que era victima y apenas se entre durmió soportando los sacudones estoicamente. Pensaba que si aparentaba dormir lograría que Severo desistiera de las maniobras. Lejos de desistir el viejo persistió con su estúpido juego. De pronto Dufur se enderezó en el asiento y con aspereza le pidió que lo dejara conducir. Rogelio, por supuesto, dijo que no. El azar colocó un cuchillo en la mano de Dufur y este lo empuño con satisfacción. Lo apoyó amenazante en el cuello del conductor y lo obligó a cederle el volante. Don Severo, sorprendido, no atinó a nada y sintió miedo. Sin embargo pronto logró recuperar el aplomo y frenando de golpe le dejó el lugar. No había palabras de por medio. Un silencio sepulcral se encerró en la cabina como un presagio de mala muerte.

Bienvenido empezó a acelerar la camioneta y como no tenía experiencia en manejar por esos caminos, en varias oportunidades se salía de la huella y el vehiculo hacia unas arriesgadas piruetas antes que pudiera controlarlo.

Don Rogelio veía el esfuerzo inútil del conductor por mantener la dirección y se ponía nervioso. La camioneta volvió a derrapar y efectuó un giro de 180 grados y el motor se detuvo.

-Que hace…usted está loco…nos vamos a matar…- Vociferó asustado e indignado.- Déjeme conducir a mí- y amagó a retomar el volante. Dufur lo aparto con el brazo y en un movimiento terrible lo apuñaló entre las costillas. Retiró con rapidez el cuchillo y pronto se vio inmerso en un mar de sangre. Se echó sobre el cuerpo agonizante sin saber que hacer. Nunca supo cuanto tiempo permaneció sobre el cadáver cuando de vuelta un barquinazo lo trajo a la realidad. Dufur se había cansado de tales descortesías. Le pidió a Rogelio que no lo hiciera más y que si estaba disconforme con su companía no tenía más que decirlo. Que se bajaría. Sentía esa rabia incontenible, surgida vaya a saber de que oscuros, sangrientos y ancestrales instintos y apenas podía reprimir la sensación de tomarlo por el cuello y apretar hasta lo imposible. No intuyendo la advertencia, Severo, volvió a derrapar. Entonces Dufur, ya descontrolado, se abalanzó sobre él y aferrándolo con ambas manos apretó, apretó y apretó su garganta hasta que un crujido tremendo lo detuvo. Cuando lo hizo ya era tarde. Severo permanecía quieto, azul y con los ojos desorbitados. Estaba muerto entre sus manos. Lo soltó. Había quedado estupefacto por lo que acababa de perpetrar y un nuevo barquinazo lo volvió a sacudir. Esta vez no lo dejaría pasar y enérgicamente le exigió al conductor que detuviera la camioneta. Se bajó sin decir palabra y antes que Severo se marchara le dijo: -Ud. debería haberle hecho caso a la leyenda del billete. No crea que su destino no esta ligado a él- El hombre no entendió demasiado lo que el desconocido quiso decir y partió velozmente sin decir palabra. El viajero quedó en el medio del camino mirando como se alejaba. Y sucedió algo inaudito: sin motivo alguno la camioneta hizo un nuevo y extraño viraje y se clavo contra un muro de tierra. Rogelio salió expulsado a través del parabrisas. Cuando Dufur llegó al lugar, ya estaba muerto.


Bienvenido se preguntaba, no sin ciertos remordimientos, si él era el culpable del destino de Severo. O bien por sus sueños homicidas, o bien por haberse puesto en su camino o por haber escrito el billete original.

Un nuevo barquinazo lo despabiló completamente.

Pero ya no se volvería a dormir. “

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Hice un esfuerzo y repasé por arriba el resto de los cuentos. Eran ciertamente absurdos y con pésima redacción. Entonces me di cuenta que el pobre hombre no había logrado dominar su ansiedad y apenas pudo publicar su único, apurado y osado libro de cuentos. En borrador.



Jorge Sepero

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