ALFONSINA STORNI - HOMENAJE DE LA S.A.D.E

Ayer, domingo, en la Asociación Judicial de Dolores se realizó un encuentro para recordar a la poeta Alfonsina Storni. La coordinación estuvo a cargo de las profesoras Dora Ponce y Teresita Saint Esteben.
La reunión empezó a las 18 horas.
En primer lugar, Teresita dio una reseña biográfica en la cual recorrió la obra poética de la autora, eligiendo un poema de cada uno de sus cuatro períodos creativos.
Alfonsina nació en un pueblo de Suiza, y llegó a la Argentina con apenas unos meses de vida. Su familia se afincó en Mendoza donde transcurrió parte de su infancia, luego se trasladó a Córdoba. Estudió la carrera de magisterio y empezó a desarrollar su tarea profesional, pero se dió cuenta de que la vocación literaria podía más y es así como llega a Buenos Aires, donde alumbra su obra poética.
Esta mujer virtuosa de las letras, pasó también por la experiencia de ser madre soltera, y enfrentó en cierto modo a la sociedad pacata de su época que dio en criticarla.
Alfonsina los silenció con su firmeza, su personalidad y su talento.
En octubre de 1938, enferma de un cancer de mama, decide acabar con su existencia; viaja a la ciudad de Mar del Plata, allí camina hacia el mar, y en él se sumerge para morir, como un modo de exorcizar el sufrimiento físico y emocional que se había alojado en su cuerpo.
Dora Ponce leyó en secuencias, una semblanza ficcionalizada de la poeta, y de este modo, al tiempo que transcurría su prosa, los asistentes iban presentando los poemas de Alfonsina Storni.
El encuentro fue cálido y enriquecedor, los lectores hicieron escuchar con un muy buen manejo de la palabra oral (claridad, modulación, entonación y ritmo poético, y sobre todo, la emoción propia de estos momentos) los versos de la poeta mayor de las letras argentinas.

IIº CERTAMEN DE SONETOS 2009

Organizado por el Club Argentino de Servicio 2 de abril
San Martín 248 . 7100 DOLORES (Prov. Bs.As.)

Jurado: Teresita Mabel Saint Esteben, Dora Ponce y Gabriela Urrutibehety.
Primer Premio:
Malambo, de Julio Jesús Villaverde. TANDIL
Segundo Premio: Soledad en el mar, de Daniela Riccioni . MAR DEL PLATA
Tercer Premio: Hay amores… , de Anahí Acosta . LOMAS DE ZAMORA
MENCIONES
:
Aventura, de Adriana Dellorefiche. VILLA GOB. GÁLVEZ (Prov. Santa Fe)
La calleja del ocre, de Dionisio Antonio Gómez. ROSARIO (Prov. Santa Fe)
Calle de mi barrio, de Mirley Avalis. VENADO TUERTO (Prov. Santa Fe)
.

MALAMBO

(Primer premio)
.

Tres acordes, tres golpes, tres rasguidos

de viento sur, retumbo a casco y lanza,

cuando el duende secreto de la danza

aviva sus rescoldos encendidos.

.

Los batanares nunca repetidos

acrisolan su prisma en la mudanza,

y un respingo de potros abalanza

torrenciales repiques florecidos.

.

El descoyunte de tobillo fuerte

triunfa en sus avatares de la muerte

con quiebros genitales de androceo.

.

El rostro de mi Patria se agiganta

Y en el malambo ya no llora: ¡Canta!

-guitarra, pampa sur y zapateo-

.

Julio Jesús Villaverde . TANDIL

REALIDAD

El amor se hizo mar
regado por mis lágrimas,
es que no supe apartarme
cuando callo tu alma.

Debí entender el silencio,
debí entender, que a partir de ese alba,
todo se estaba muriendo,
nada nos quedaba.

Debí entender, no supe,
por no entenderlo es que sufro;
aún miro sobre mis hombros,
buscándote. Que iluso!

Norberto Martín Rocha

UN CUENTO de SUSANA ITURRALDE integrará una ANTOLOGÍA

La comisión de Lectura del Concurso Literario organizado por la CTA de Neuquén EL MUNDO DEL TRABAJO y coordinado por el escritor Guillermo SACCOMANNO, ha seleccionado, entre otros, el cuento titulado “LA SEÑORITA ANTONIA”, cuya autora es la dolorense Susana ITURRALDE.
Los trabajos seleccionados integrarán una Antología, cuya presentación está prevista para mediados de diciembre.“LA SEÑORITA ANTONIA” es uno de los cuentos que formaron parte del espectáculo VENÍ QUE TE CUENTO, que el entonces llamado Grupo del Sótano ofreció al público dolorense en el año 2002.
.
.
.
LA SEÑORITA ANTONIA

Siempre fui, para todos, la señorita Antonia. Mi apellido, con el tiempo, parecía haber quedado como patrimonio de mis hermanos y, creo, que si alguien hubiera preguntado en el pueblo, por los Schenone, invariablemente se lo hubiera remitido a ellos, sin pensar en que yo también era una Schenone.
Al principio, era gratificante saberme reconocida por mi nombre, que grandes y chicos repetían con respeto y, a veces, con cierta unción que me causaba gracia.
Supe que, asegurar algo agregando “lo dijo la señorita Antonia”, era darle a la afirmación el grado de verdad incuestionable a la que, a medida que pasaba el tiempo, había cada vez, menos osados que se atrevían a rebatir.
Recuerdo, siempre, el impacto que causó en el pueblo, el descubrimiento de que Pablo, el hijo menor del dueño de la tienda “La Fantasía”, era sordo.
Durante el primer grado, todos iban ayudando a gestar la idea de que Pablo era más que distraído, indolente. No había castigo, ni recomendación, ni caricia que hiciera su efecto en el niño. Nada lo sacaba de su aislamiento ni nadie lograba que su atención no decayera, a poco de iniciada la clase. La familia, cada vez más preocupada por el atraso evidente de Pablo, hasta pensó mandarlo a la Escuela Especial, para que recibiera una atención especial. Pero ya terminaba el año, y decidieron esperar a que empezara segundo grado, “con la señorita Antonia; tal vez ella logre algo”.
El desafío era grande, pero la ternura que me despertó Pablo, distante y ausente, pero frágil y querible, me llevó a redoblar los esfuerzos, hasta que, atrevidamente, llegué a formular el diagnóstico: Pablito era sordo. Y, efectivamente, lo era.
Este hecho, confirmó en todos, la credibilidad de mi criterio y durante veinte años fui, para el pueblo, la opinión certera e incuestionable, y recibí de todos, en especial de mis ex-alumnos, los más bellos de los reconocimientos, que yo agradecía porque los sentía como un modo de devolverme todo lo que les había entregado.
Hasta que en ese otoño, ventoso pero bello, me di cuenta de que me empezaba a fallar la memoria y de que ya no podía razonar con la celeridad con la que me había ganado la consideración de todos. Traté de ocultar mi desazón, con una máscara de reflexiva prudencia, pero fue en vano. Las dudas y los errores iban en aumento, hasta que no tuve más remedio que reconocerlo: había llegado el momento de retirarme.
Todavía no había terminado de dar forma a mi decisión, cuando la decisión me vino de afuera:
- Antonia, ¿no sería mejor que te jubilaras?
Impasible dije:
- Sí, sería mejor que me jubilara.
E inicié los trámites. Y me jubilé. Y me entregaron una medalla de oro y, por unos días, seguí siendo “la señorita Antonia”. Hasta que se acabó el homenaje y me quedé en mi casa, dando a mis plantas y a mis perros, la misma ternura que todavía conservaba, aunque hubiera perdido la memoria.
Sin embargo, lo que me gratifica, es saber que, de tanto en tanto, frente a una verdad irrebatible, alguien agrega, sonriendo:
- Lo dijo la señorita Antonia...
Por supuesto, hasta que pierdan la memoria...