UN CUENTO de SUSANA ITURRALDE integrará una ANTOLOGÍA

La comisión de Lectura del Concurso Literario organizado por la CTA de Neuquén EL MUNDO DEL TRABAJO y coordinado por el escritor Guillermo SACCOMANNO, ha seleccionado, entre otros, el cuento titulado “LA SEÑORITA ANTONIA”, cuya autora es la dolorense Susana ITURRALDE.
Los trabajos seleccionados integrarán una Antología, cuya presentación está prevista para mediados de diciembre.“LA SEÑORITA ANTONIA” es uno de los cuentos que formaron parte del espectáculo VENÍ QUE TE CUENTO, que el entonces llamado Grupo del Sótano ofreció al público dolorense en el año 2002.
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LA SEÑORITA ANTONIA

Siempre fui, para todos, la señorita Antonia. Mi apellido, con el tiempo, parecía haber quedado como patrimonio de mis hermanos y, creo, que si alguien hubiera preguntado en el pueblo, por los Schenone, invariablemente se lo hubiera remitido a ellos, sin pensar en que yo también era una Schenone.
Al principio, era gratificante saberme reconocida por mi nombre, que grandes y chicos repetían con respeto y, a veces, con cierta unción que me causaba gracia.
Supe que, asegurar algo agregando “lo dijo la señorita Antonia”, era darle a la afirmación el grado de verdad incuestionable a la que, a medida que pasaba el tiempo, había cada vez, menos osados que se atrevían a rebatir.
Recuerdo, siempre, el impacto que causó en el pueblo, el descubrimiento de que Pablo, el hijo menor del dueño de la tienda “La Fantasía”, era sordo.
Durante el primer grado, todos iban ayudando a gestar la idea de que Pablo era más que distraído, indolente. No había castigo, ni recomendación, ni caricia que hiciera su efecto en el niño. Nada lo sacaba de su aislamiento ni nadie lograba que su atención no decayera, a poco de iniciada la clase. La familia, cada vez más preocupada por el atraso evidente de Pablo, hasta pensó mandarlo a la Escuela Especial, para que recibiera una atención especial. Pero ya terminaba el año, y decidieron esperar a que empezara segundo grado, “con la señorita Antonia; tal vez ella logre algo”.
El desafío era grande, pero la ternura que me despertó Pablo, distante y ausente, pero frágil y querible, me llevó a redoblar los esfuerzos, hasta que, atrevidamente, llegué a formular el diagnóstico: Pablito era sordo. Y, efectivamente, lo era.
Este hecho, confirmó en todos, la credibilidad de mi criterio y durante veinte años fui, para el pueblo, la opinión certera e incuestionable, y recibí de todos, en especial de mis ex-alumnos, los más bellos de los reconocimientos, que yo agradecía porque los sentía como un modo de devolverme todo lo que les había entregado.
Hasta que en ese otoño, ventoso pero bello, me di cuenta de que me empezaba a fallar la memoria y de que ya no podía razonar con la celeridad con la que me había ganado la consideración de todos. Traté de ocultar mi desazón, con una máscara de reflexiva prudencia, pero fue en vano. Las dudas y los errores iban en aumento, hasta que no tuve más remedio que reconocerlo: había llegado el momento de retirarme.
Todavía no había terminado de dar forma a mi decisión, cuando la decisión me vino de afuera:
- Antonia, ¿no sería mejor que te jubilaras?
Impasible dije:
- Sí, sería mejor que me jubilara.
E inicié los trámites. Y me jubilé. Y me entregaron una medalla de oro y, por unos días, seguí siendo “la señorita Antonia”. Hasta que se acabó el homenaje y me quedé en mi casa, dando a mis plantas y a mis perros, la misma ternura que todavía conservaba, aunque hubiera perdido la memoria.
Sin embargo, lo que me gratifica, es saber que, de tanto en tanto, frente a una verdad irrebatible, alguien agrega, sonriendo:
- Lo dijo la señorita Antonia...
Por supuesto, hasta que pierdan la memoria...

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