DECÍME, DON JOSÉ





A solas, vos y yo,
así, bien cara a cara,
decíme, don José
¿cuál fue la tierra que te marcó la piel
con filo de navaja?
¿Cuál ese aire,
de sol y madrugadas
que definió tu rumbo generoso
hacia la Cruz del Sur,
que te esperaba?

Decíme, don José
¿cuál fue tu suerte de criollo
entre dos patrias?
¿cuál el momento aquel que decidiste
jugarte aquella carta, la más alta,
y venirte a esta América turgente,
de sangre oscura y oscura la mirada?

Decíme, don José,
¿te sangró el alma?
¿te ganó el deber ser y, sin pensarlo,
te arrastró la nostalgia?
¿o fue el impulso de tu pulso joven
que entendió la razón de la llamada
y develó el misterio del camino,
batiente corazón, celosa espada?

Decíme, don José,
¿cuándo previste
el destino doliente de la patria?
¿Cuál fue el momento soledoso y único
que te agitó la sangre americana
y se batió muy dentro de vos mismo,
vencedor magistral de la batalla?

Decíme, don José,
¿en qué silencios
se te llenó la voluntad de ganas
y te lanzó a la costa del aquel río,
y te llevó hasta el pie de las montañas?
¿Qué pensamiento astral
te desvelaba?

Decíme. don José,
¿qué luces opacaron tu escudo de guerrero
y te rindieron al amor, en íntima batalla?
¿la mujer, fue derrota?
¿O fue triunfo genial del estratega,
pasión y ofrenda
ternura inconfesada?

Decíme, don José,
¿qué sombras te acosaron,
oscureciendo, cobardes, tus entrañas,
cuando tu cuerpo se detuvo
y dijo basta?
¿Ese atropello,
quebró tu esencia arrogante de tacuara?

Decíme, don José,
¿con qué palabras
la suerte te signó frente a derrotas
y te entregó el coraje de aceptarlas
y te encendió en la frente aquella idea
que fue el sostén y la fuerza de tu espada?
¿La mano te tembló,
te tembló el alma?

Decíme, don José,
frente a la ausencia
¿parecieron más crueles las distancias?
¿Te alejaron de vos y de tus sombras,
siempre presentes
y siempre tan amargas?
¿En qué memoria
tu pena se instalaba?

Decíme, don José,
¿qué desamores
te hirieron, traicioneros, las entrañas?
¿Qué paz no te alcanzó?
¿Qué indeferencias
se acollararon, sin más, a tu esperanza
y te oprimieron el pecho hasta callarte
y te obligarte a batirte en retirada?


Decíme, don José,
¿cuál fue la soledad más honda
que acompañó el ritual de tu mirada?
¿cuál, el silencio que quebró en tu boca
la última palabra?
¿Y cuál, la fuerza que sostuvo
tu mano en el final,
ya desarmada?

Por eso, don José, no quiero mármol
ni altivo bronce,
ni soberbia estatua.
Quiero pensarte así, tal como fuiste,
total y puro en la fragilidad humana,
pensamiento inicial,
acción perseverante,
ardiente llama.


Susana Iturralde
agosto/2009












No hay comentarios: