PERSONAJES DOLORENSES

A Rosita Latuf, que partió un día de Diciembre
La Rosita que anduvo por nuestras calles era pequeña, desgarbada, marcada por el tiempo, dueña de las palabras y temerosa de los silencios, que no dejaba que la invadieran.
A Rosita no le gustaban los silencios porque la llamaban a la reflexión y la cabeza se le disparaba a mil por hora: que era una mujer sola, que ya se estaba poniendo mayor, que sus amigas estaban todas felizmente casadas y con familia…
Y ella lo que no quería era detenerse a pensar en los porqués, los cómos y los cuándos. No quería recordar porqué el amor no golpeó a su puerta ni las nueve lunas le marcaron la espera. No quería saber cómo fue que el tren pasó tan rápido dejándola sola en el andén. Tampoco tenía deseos de recordar cuándo la muchacha alegre y vital empezó a perder su lozanía y semejante a la rosita del poema de Lorca se fue marchitando poco a poco entre ayeres desvanecidos y presentes cristalizados.
Por eso privilegió la charla en las esquinas, en la biblioteca pública, en el mercado o en la calle. La cuestión era encontrar con quien conversar ya fueren ilusionistas, chismosas, soñadores, santos o herejes.
Algunos no le tenían simpatía. Decían que Rosita tenía un carácter difícil. Otros pasaban apurados, metidos en sus propios conflictos, y evitaban el encuentro con un apurado “chau Rosita”.
En las oficinas públicas donde suele haber mucha gente esperando en la cola, las secretarias, que en ocasiones eran buenas interlocutoras, le decían como apurando el trámite : “¿Algo más Rosita?” O bien: “Bueno Rosita; ya está ”.
Ella entonces, apretaba su bolso bajo el brazo y salía saludando a todos. Pero no llegaba a la salida sin antes detenerse dos o tres veces a conversar. Después seguía su camino .
Porque tenía los silencios fuertemente anudados, porque no le importaban las apariencias y sólo privilegiaba las ganas de tener siempre algo que decir, Rosita era uno de esos personajes tan pintoresco y a la vez tan nuestro, como los gorriones que dibujan el paisaje ciudadano.
Le gustaban más los espacios abiertos que las paredes mudas de su casa. Prefería el ruido a la callada melancolía que envolvía sus horas de mujer sola.
La radio ofrecía un lugar cálido, pues siempre había del otro lado alguien que le decía: “¡Hola1 ¿Cómo estás? ”
Igual que El Principito, Rosita buscaba amigos; pero los amigos escasean en la jungla de cemento. En este mundo no había espacio para el corazón de una rosa que como aquella del Principito, aparentaba dureza y sin embargo estaba hecha de fragilidades.
Las rosas suelen ser, según dicen, vanidosas e inalcanzables. La nuestra era la excepción: ahí nomás se encontraba, al alcance de una sonrisa o de una palabra; frágil, vulnerable, pidiendo como un niño, un poco de atención.
Rosita, la de Dolores, se fue en una cálida tarde del mes de Diciembre.
Ya nadie habrá que ocupe su lugar.
No hay pares iguales ni espíritus gemelos.
Cada individuo de la creación es único e irreemplazable.
Dora Ponce

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