HISTORIAS DE CALLEJEROS

TIMY TIMY

Escribe Dora Ponce


Timy Timy le quedó como diminutivo de Timoteo.
Timoteo apareció en una fría y lluviosa mañana del mes de julio. Daba lástima verlo. No tendría más de dos meses de nacido y ya con que sólo lo miraran salía disparando.
Tenía el pellejo casi en tiras por la sarna que le había atacado todo el cuerpo; y también sus ojos aparecían pegados por la infección.

La primera vez comió lo que había. Comía con desesperación sin mirar y sin masticar.
Hoy come alimento balanceado y tiene cucha propia. Las heridas de la sarna fueron curadas y se transformaron en gruesos costurones sobre los que va creciendo el pelo. Ahora parece el espantapájaros del Mago de Oz, remiendo por aquí, remiendo por allá .

Al principio pensé en tratarlo para que se curara, en hacerle aplicar las vacunas, y en llamar luego a Carmen y Martha, dos mujeres que tienen el corazón más grande que sus posibilidades, para que Timoteo fuera a vivir al refugio de perros Callejeros que ellas dirigen . Pero los días pasaron y Timy Timy sigue aquí, y poquito a poco ha ido hipotecando mi corazón.

Timoteo es como todos los Callejeros, una mezcla rara de razas varias: Tiene el pelo negro y el cuerpo largo tirando a Galgo, la cabeza más parecida a una comadreja que a un perro , orejitas de trapo y unas patonas que no parecen pertenecerle.
Está tan lejos del Caniche toy de mi amiga Carmen, tan lejos del Setter de mi primo Luis, y sin embargo tan cerca de mi corazón … Y es que Timoteo, sin raza, sin dueño, sin tarjeta de identificación, Timoteo con hambre, buscando un cachito de calor humano en una mañana de julio fría y lluviosa, es para mí más valioso que ningún otro.

El día que vio por primera vez a Janu, el Rotweiller de la casa de enfrente es para contarlo.
Resulta que de un momento a otro se abre el portón y Janu sale para dar su brevísimo paseo diario. Y no sé qué idea habrá pasado por la cabeza de Timoteo, porque fue ver al grandote y salir al ruedo a enfrentarlo con unos ladridos agudos de cuzquito que no asusta ni a una hormiga. Recuerdo que me quedé plantada donde estaba, incapaz de reaccionar, y pensando si el pobre Timoteo no pasaría a ser el plato que ese día llenara la panza del Rotweiller.

Tan grande fue la sorpresa de Janu que no atinó a reaccionar. Se quedó mirándolo con curiosidad, como se mira a un insecto que se quiere estudiar por el microscopio. Después empezó a olisquearlo y a palparlo con su gran hocico corto, y por fin le transmitió la información a través del código de Perros: “Chiquito, acá el que manda soy yo ¿Te quedó clarito?” Y se fue apisonando la tierra con sus pasos.
Respiré aliviada. La luz roja había cambiado a verde.
Y Timoteo entendió. Ahora que las jerarquías están marcadas, hasta creo que está feliz de tener un amigo que lo protege.

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